miércoles, 18 de junio de 2008

La historia de Pancho, capitulo III.

Cuanto añoraba el campo, la libertad, las flores, los animales, en aquella prisión de niños pobres.
La rutina de lunes a viernes era la misma. La levantada a las 6.30 horas, misa de siete, desayuno y clases hasta las dos de la tarde, almuerzo y nuevamente clases hasta las 6.00. Cena a las siete, recreo de quince minutos y estudio hasta las 9.00 P.M. De ahí directamente a la cama. Los dormitorios eran enormes, dormíamos mas de cincuenta niños en cada uno, eran dos, separados los mas pequeños de los mas grandes y cada uno con un profesor que tenía su pieza en un extremo y era quién imponía la disciplina en la noche, que era muy estricta, nadie podía hablar. Si este profesor te sorprendía, tenía una varilla de mimbre y con ella, te golpeaba, levantando la tapa de la cama. En esas condiciones nadie se atrevía a decir nada.

El fin de semana era otra cosa, el día sábado, era un día de mucha actividad. Se repartían las tareas, limpieza de dependencias, patio, hortalizas, entrada de leña y ordenamiento de grandes pilas, para las cocinas y calderas que eran inmensas.
Estas actividades duraban hasta las cinco y media, después había que prepararse para el día domingo que era fiesta de guardar. Ahí venía el baño obligatorio, los mas grandes jabonaban a las mas pequeños, pelo, orejas, piernas y brazos. Decías algunos que estos baños eran aprovechados por los mayores para abusar sexual mente de los pequeños, yo no tuve esa experiencia.
El día domingo era solemne. Se levantaba a las 7.30 horas, desayuno y misa a las 10.00 horas. Era un gran acontecimiento, podíamos ver a otras personas, mirar a las niñas del colegio Santa Cruz y disfrutar de un almuerzo que un poco mejor que los días de semana.
El domingo en la tarde era día de paseo, el colegio tenía un predio, de mas o menos una hectárea, a orillas de un estero y muy cerca del lago. Ahí jugábamos, eran Tarzán entre lianas de un pequeño bosque y yo volvía a oler la naturaleza de la había sido arrancado. Eso duraba hasta las 18.00 o 19.00 dependiendo la estación y después volvíamos caminando al internado, en fila de a dos. Para mi era como volver a la cárcel.
Así transcurrieron tres años, que se diferenciaban entre el año escolar y las vacaciones de verano, que volvía a mi añoraba casa.
Sin saber porque, cuando llegué al internado, sin saber cuanto sabía, el cura determinó que debía estar en 4º básico, por mi edad y ahí quedé, nunca supe lo que habían aprendido mis compañeros, que seguramente era mucho mas de lo que pude aprender yo en la escuelita de campo, lo único que descubrí después es nunca nadie me enseñó a dividir, eso lo aprendió en tercero de humanidades, en que pedí a un compañero que me enseñara ya que sin ello no podía resolver otros problemas de matemática y física.

Mas adelante, les contaré la historia del Enano Collín. chao, hasta pronto.

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