miércoles, 18 de junio de 2008

La historia de Pancho, capitulo IV

El enano Collín, quedé en contarles la historia del enano Collín.
Recién llegados al internado y como al segundo día, el padre Antonio Schmith, que era el director del Colegio, (prisión de niños pobres), nos presentó a un personaje, que al verlo nos causó impresión y risas, que rápidamente fueron cortadas por el cura Antonio, que nos dijo "mirra mirra, silencio todo el mundo", y nos presentó al Sr. Collin, el sería la persona encargada de formarnos y conducirnos a las actividades extra programáticas.
Collín debía medir un metro diez como máximo, ya que era casi de mi porte, un poco mas bajo, con una espalda de hombre normal, pero sus piernas y brazos, habían alcanzado la mitad de su desarrollo. Tenía una gran cabeza y aspecto mapuche.
Sin conocerlo y una vez se hubo hecho cargo de nosotros, nos cuidaba en los recreos, nos llevaba a las distintas tareas que cada grupo tenía asignada. De hecho verlo nos causaba risas y empezamos a reirnos de él, hasta que en un momento, tomó a uno de nuestros compañeros, lo alzó en vilo y lo dejó caer al suelo, fue tran brutal, esta demostración de fuerza, que en futura nadie que atrevió mas a molestarlo. También se encuchaba, que Collín abusaba sexualmente de varios de nuestros compañeros, pero todos hacían vista gorda, incluso los curas, a quienes les llegaban esas noticias.

Por fin, terminó el año escolar y pude llegar al campo, nunca podré imaginar la alegría que sentí de ser libre nuevamente, subirme a los cerezos que estaban rojos de fruta madura y comer encaramado en lo mas alto. Después correr por el campo, bajar al estero, gritar a todo pulmón frente a un murallón para escuchar mi eco y salir a correr con mi leal perro Compañero. Eso era vida, no la prisión que mi padre sin intensión y con el propósito de educarme me llevó. Nunca dije nada de lo que pasé en esa escuela o internado, creí que la voluntad de mi padre no se podía discutir.
El verano pasó rápido y nuevamente volví a la rutina, a sumirme en la pena y el abandono.
Dias enteros esperaba la visita de mis padre, a otros los visistaban, mi papá seguramente muy ocupado, no pensaba que yo necesitaba verlo, pero era así, en las noches lloraba en silencio y sentía que otros comían dulces, galletas y otras golocinas que les llevaban sus papás, seguramente yo era retraído o muy tímido, porque nunca tuve amigos y siempre me mantenía solo. Era el resultado de ser hijo único y haber estado tan lejos de mas compañía que los animales.

Mi vida había cambiado, recuerdo que le pidieron a papá comprarme ropa adecuada para el domingo. Mi primer terno, era azul, esperaba colocarmelo el domingo, con camisa blanca, como mis compañeros, recuerdo que fuimos a comprarlo, lo llevé al internado y en colgador lo dejé frente al respaldo de mi cama. Todos los días lo miraba y no hallaba las horas que pasaran los días y llegara el domingo estrenarlo. La noche del sábado no dormí, eran las cuatro de la mañana y yo estaba despierto, esperando que llegaran a levantarnos para ponerme mi terno nuevo.

Llegó la anunciada hora, todos se empezaron a vestirse con sus mejores trajes y yo saqué el mió. Grande fue la desilución al comprobar que la chaqueta nueva y el pantalón tenían un tremendo hoyo. Lo había dejado colgado justo en la salida de un ratón y este se había ensañado con mi terno nuevo. Ese día sólo pude lucir mi camisa blanca y los zapatos nuevos. Una monja se compadeció de mí y le cortó las piernas, y con ellas remendó la chaqueta, quedando con un terno con pantalón corto, siendo el hazmereir de todos mis compañeros que contaban lo que me había pasado con mi terno nuevo.

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